Abrí esa puerta con el corazón a mil, me sentía ansioso de verla; subí las gradas tropezando en una de ellas y crítique renegando por el albañil que debió haber hecho ese tipo de gradas, superado el golpe seguí adelante.. Llegue a su puerta y sin tocar entre y la vi recostada en su cama, volteo a verme y sin reconocerme (estoy seguro que no me reconoció) me dijo: "hijito haz venido", lo que antes ella hubiera dicho, "llego mi marido" y de ahí me hubiera criticado lo lejano que fue la ultima vez que nos vimos y lo desatendida que la tenía. Me acerque y ella que tiernamente acercaba sus labios para que le bese, - será que besa a cualquiera, así? - Pensé, con un ligero sentimiento de celos, de ahí, me hizo sentar en su cama como siempre y comenzó a hablar de mis hermanos, supe que se acordaba de mí, tal vez no de mi nombre, pero si de mí...
Encendí un cigarrillo y vacíe el humo que salía de mis pulmones en el espacio vacío que había entre su cabeza y la bufanda que la abrigaba, habiendo dado la última pitada le pregunte si deseaba uno, me dijo que no, que uno era suficiente para los dos, pero que si le apetecía un helado; salí presuroso a la tienda de la esquina, a conseguir el helado, lo destapó como niña desesperada buscando el regalo prometido para navidad y me causó mucha ternura, acaricie su arrugada mejilla y la bese nuevamente. Ella saboreaba su helado y con algo de descordinacion lograba mancharse parte de la quijada, a lo cual me hacía el padre juguetón de aquella niña y lanzaba frases como "ya estas viejita mamarica", a lo que ella respondía con la picardia que la caracterizaba: "cien años, tu llegarás a esa edad?", la miraba con más ternura y lanzaba mi carcajada, y ella respondía con su sonrisa coqueta con la que siempre me trataba... Seguía comiendo, se seguía embarrando, yo encantado seguía limpiando, mi adorable viejita, que cada vez se veía más niña.
Nos recostamos un rato, y ella seguía hablando, contando su historia como si quisiera que la memorizara, como si quisiera que jamás me olvide de ella, eso era imposible.
Leonor Salas Pérez, siempre fue una mujer de carácter fuerte, atenta con las visitas, amable con la gente, enérgica con las injusticias y de armas tomar cuando tenía que serlo, siempre fue muy correcta, jamás permitió la malcriadeces de alguno de nosotros, podía controlar a los 12 niños que íbamos en verano a visitar a la abuela en su casa en el valle del colca, ahora está recostada a mi lado, tan frágil, tan delgada, que me da miedo abrazarla con fuerza. Mi adorable viejita.
El cuatro de noviembre de 1912, se bautizó a Leonor Salas Pérez, hija de don José Maria Salas Sevilla con Juana Pérez, hermana de 8, enterró a sus padres, a todos sus hermanos y a su última hija (mi madre), mujer con un corazón enorme, lleno de ternura... el primero de la enero del 2017 a medio día falleció con 104 años cumplidos al igual que su padre, quizás él decidió llevársela para estar a su lado.
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